Todavía recuerdo la crueldad de ETA y de cómo los políticos tenían que andar con guardaespaldas para salvar la vida. Y no solo en el País Vasco, sino en toda España.

Pero por lejano que parezca, el terrorismo es una lacra de la que aún no nos hemos librado.

Por suerte para todos la desaparición de la banda terrorista ETA es ya un hecho. Sin embargo, el terrorismo sigue entre nosotros. Pero es curioso que a las posibles víctimas no las protejan como -¡OH, SORPRESA!- se protegían a sí mismos los políticos.

Cuando los mataban a ellos ponían todas las medidas necesarias para evitarlo, aunque algunas veces por desgracia, ni eso era suficiente. Sin embargo, contra el terrorismo machista no veo la misma respuesta ni la misma preocupación.

Por supuesto que la solución no es que las mujeres tengamos que ir con guardaespaldas, faltaría más, pero sí en los casos más preocupantes y en los que -no sé por qué cojones- el agresor anda suelto y pasándose por el forro la orden de alejamiento.

Cuando voy por la calle quiero ser libre e ir tranquila. No quiero tener que mirar por el rabillo del ojo para ver si me siguen cuando voy con minifalda o a partir de cierta hora.

Aunque eso poco importa.

Ahora tampoco voy tranquila cuando voy al gimnasio en ropa deportiva a las cinco de la tarde o a las diez de la mañana. Creo que ha quedado bastante claro que da igual cómo vayamos. La única premisa es ser mujer y NO VOY A VOLVER A NACER, NI QUIERO.

Tendré que seguir fijándome en las tiendas abiertas por si tengo que entrar en alguna corriendo, o apretando la llave en mis manos de camino a casa dispuesta a clavarla, o mirando a los dos lados de la calle antes de abrir la casapuerta.

Me hace gracia cuando los políticos hablan de «no legislar en caliente». Yo, sinceramente, estoy helada y muy harta. Helada entre asesinatos y violaciones. Harta de las penas infames, de que no se cumplan íntegras, de que salgan a la calle entes que ni pueden ni deben vivir en sociedad. Derechos dicen que tienen.

El derecho se nace con él y se pierde cuando delinques de según qué manera.

Y cuando eres reincidente lo pierdes para siempre, digan lo que digan las leyes en este país. Antiguamente, cuando se vivían en tribus o comunidades más pequeñas, cuando un miembro de estas reducidas sociedades cometía algún acto en contra de las normas establecidas o lo mataban o lo condenaban al ostracismo.

En esta pseudemocracia en la que nos hacen creer que vivimos, el delicuente tiene más derechos que el que vive en armonía con el resto. El primero tiene derecho a la libertad, el segundo a vivir con el culo apretao.

Y si, como le pasó a Laura, tienes la suerte de que te llamen para trabajar después de una vida entera preparándote para ello, pero, ¡ay!, se te ocurre salir a correr o a dar un paseo enfrente del ente equivocado…

Pues mala suerte.

Dicen que vivimos en un país muy seguro, que nuestra tasa de asesinato está muy por debajo de Francia o Italia, ya que son pocos este tipo de delicuentes en nuestro país. Que digo yo que si son pocos, pero los dejan sueltos, pues LA MISMA LECHE ME DA.

Si en Francia son más, pero el que la hace no vuelve a salir más, pues un peligro menos. VAMOS, DIGO YO.

Que sí, que este tipo de cosas van a ocurrir siempre, porque la maldad existe y existirá hasta el fin de los tiempos. Al igual que la bondad, por suerte.

Pero si los que la hacen gorda una vez no salen más, pues «alguna cosilla» nos ahorraríamos. No sé, creo recordar que 1-1=0.

Pero qué sé yo, si soy de letras.

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