Emoción pura y dura, sin palabras. Ya habían hablado todo lo que había que decir en las siete anteriores temporadas. Ya se había demostrado la genialidad de los guionistas en cuanto a los diálogos.

Ahora tocaba la acción.

Y, a pesar de que seguramente todos hemos imaginado la Battle of Winterfell más de una vez, jamás pensamos que iba despertar impresiones tan fuertes en nuestro interior. Por lo menos en el mío.

Solo escuchar la cabecera se me erizó el vello como nunca, ni siquiera como cuando la escuché por primera vez. Mi intuición me avisaba que el posible final más atroz se desplomaría sin piedad sobre unos personajes que nos llevan acompañando tanto y que, en su justa proporción, nos han enseñado.

No voy a comentar lo espectacular, lo increíble, la preciosidad y ferocidad de las escenas, porque es algo OBVIO. Todos hemos quedado impresionados por los acontecimientos: tristeza, alegría, desasosiego, nerviosismo, enfado, temor, impotencia, sorpresa…

«El Rey de la Noche ha muerto muy pronto».

Depende desde cuándo se mire, porque llevaba vivo milenios, si no recuerdo mal. Por eso nos están contando esta historia, y no la de los primeros hombres, ni la de los del medio. Nos cuentan esta porque es LA EXCEPCIONAL. Además, si no moría en Winterfell estaba ya claro el final de la serie: hubieran sobrado los tres capítulos que quedan.

Quizás han sobrevidido -de momento- más personajes de los que creíamos. Puede ser, pero si algo nos ha enseñado esta serie es que el que sobrevive es por algo.

Murió Ned, sorprendiéndonos y enganchándonos a la serie; murió Joffrey, tardando sin embargo mucho en hacerlo -tuvimos que soportarlo hasta la temporada cuatro- y más personajes cuyo fin les llegó porque no tenían nada más que aportar a la historia o porque con su muerte creaban lo necesario para que la rueda siguiera girando.

Esperamos siete temporadas -¡SIETE DE OCHO!- para ver por fin a los dragones creciditos lanzando fuego al grito de «¡Dracarys!»

El final llega para todos, incluso para Night King, que ni siquiera es un humano, sino quizás la alegoría más impecable de todos nuestros miedos y del terror más ancestral: la muerte.

Inevitable y contra la que no se puede luchar, cuya metáfora queda magistralmente plasmada en este capítulo. El que solo se haya quedado con la batalla y no le haya revuelto las tripas y el pensamiento, que lo vuelva a ver por favor.

Ahora, derrotados los miedos, y sabiendo que hasta el Señor de la Muerte puede y debe morir porque solo nos trae una noche oscura y que alberga horrores deben -¿o debemos?- enfrentarse a una realidad más cruel y con una sombra más alargada, porque ES DE CARNE Y HUESO.

Provoca que nos separemos y luchemos unos contra otros, al contrario de lo conseguido por el Ejército de los Muertos. A veces los miedos sacan lo mejor de nosotros si sabemos decir Not Today a tiempo y eso nos lleva a ser la mejor versión de nosotros mismos, para ejemplo Arya.

Todo el que tenía que estar, estuvo. Y los que no fallecieron fue porque todavía tienen cosas que hacer. No olvidemos que es una serie de ficción, con dragones y zombies, por lo tanto los personajes cierran el círculo de su historia, que es -de hecho- lo que parece que está ocurriendo.

Ojalá nuestra existencia también fuera así: morir cuando nuestro objetivo en la vida está cumplido, pero en ese caso habría personas inmortales y existiría ahí una disparidad que le quitaría la honorabilidad a la muerte.

La nuestra no trae ejércitos de zombies contra los que debemos pelear, a cambio nos acarrea a veces luchas agotadoras e interminables y otras nos lleva cuando le viene en gana, sin avisar y sin ningún tipo de criterio.

Los dioses no tienen compasión, por eso son dioses.

Valar Morghulis, Valar Dohaeris.

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