Es raro, papá. No puedo comer chocolate negro. Fue el sabor que tenía en la boca cuando me llamó mi madre diciéndome que a mi padre le pasaba algo. Tuve ese sabor hasta llegar al hospital y que nos dijeran que la cosa pintaba mal.
Después te vi entrar consciente por última vez en la sala de Observación. Cuando me miraste diciéndome con los ojos que NO.
– “¿Que no qué, papá?”
Al rato, no sé cuánto, nos dijeron lo que tantas veces había imaginado. Sabía que algún día ocurriría, pero no tan pronto. Entonces entendí esa mirada tuya:
– “No me dejes atrapado en un cuerpo que no responde. No me hagas eso. Ni siquiera lo intentes. NO”.
Lo que recuerdo después es nebuloso, alusiones de pesadilla, pero que a la mínima aparecen en mi mente y me hacen respirar fuerte porque siento cómo pisotean mi pecho.
Es raro. La primera vez que escuché a una hija hablar con su padre y decirle “Papá”, así como si nada, sin darle importancia, fue una puñalada. Rápida, precisa y dolorosa. Me di cuenta de que ya nunca iba a volver a decírtelo, porque no estás de la manera que estoy acostumbrada a que estés.
Y en ello estoy, acostumbrándome. Es una mierda. Me entran ganas de contarte la última película que he visto en el cine, te habría gustado tanto.
Es raro, papá. No puedo soportar ver las ambulancias. Las amarillas. Me ponen enferma.
Es raro. Mamá me ha escrito por WhatsApp y lo ha hecho como tú, con todas las letras, sin comerse ninguna. Tampoco me preguntarás cosas por el teléfono. Ni hablaremos de la última de Rosalía. Ni de la serie de moda. Ni de libros y escritores. Ni de Carnaval. Ni de política. Como está la cosa ahora, estarías echando gusarapos por la boca. Bueno, como siempre, jeje.
Es raro, papá, recordarte y charlar sobre ti. Me encanta hacerlo, reírme con tus cosas. Ya lo sabes. Cuando me veas llorar no te preocupes, solo es que te echo mucho de menos.
Sé que me mandaste una estrella fugaz y que tenemos una canción.
Qué suerte has tenido de que te queramos tanto. Aunque no estés como estamos acostumbrados a que estés, siempre vas a estar. No hay ley para eso. Es así. Permaneces en proporción de lo bueno que seas, y tú eres… ¡Qué voy a decir yo, si eres mi padre!
Qué suerte he tenido y qué afortunada me siento de ser tu hija. Porque eso, estés de una manera u otra, jamás va a cambiar. Cuando me preguntan mi nombre en algún sitio y digo mi apellido, tu apellido, el orgullo se me sale por los poros. Al principio también era raro, pero a eso ya me he acostumbrado.
Sabes que me estoy creando una nueva vida que me encanta. Porque sí. Y porque te lo prometí. Porque gran parte de lo que soy es gracias a ti, ya te lo escribí en un artículo cuando te graduaste en la Universidad.
Ya te habrás enterado que soy YoEscritora, como me dijiste, pero la y griega estaba cogida.
Tengo un ángel de la guarda en Instagram, que creo que me la has mandado tú, porque llegó justo cuando desperté, después de soñar la primera vez contigo. No quería despertar, deseaba quedarme un poco más. Pero ya no estabas; como siempre discreto, sin aspavientos ni excesos. Tal y como te fuiste.
Ojalá estés pululando ahora por aquí o justo detrás mía leyendo lo que te estoy escribiendo. Te quiero tanto, papá. Gracias. La vida que me queda te estaré agradeciendo que hayas sido como eres.
Sé que nos volveremos a encontrar.
Hasta entonces ven a verme cuando quieras, y mándame señalitas de esas que me gustan, que sé que solo lo has podido hacer tú porque las casualidades no existen.
*El título del artículo es el comienzo de uno de los pasodobles de la comparsa Los Condenaos de Juan Carlos Aragón, su autor, dedicado a su padre.
Puedes ayudarme a cumplir mi sueño de publicar mi primera novela realizando una microdonación en https://paypal.me/ioescritora?locale.x=es_ES o realizando una suscripción mensual de 2€ o 5€ en https://patreon.com/ioescritora De ambas maneras estarás contribuyendo. Gracias infinitas. |
Deja una respuesta