Sostiene doña Angustias que le conoció un día de Carnaval.

El último domingo de coros en la plaza, un día de febrero, soleado y luminoso, y Cádiz resplandecía. Parece que la señora Ansiedades se hallaba en su estudio, sin saber qué hacer, ya que estaba atascada con la novela, porque ella, doña Angustias, estaba escribiendo una novela. Y ella, Angustias, reflexionaba sobre la muerte. En aquel hermoso día de comienzos de otoño, con aquella brisa atlántica que acariciaba las copas de los árboles y un sol resplandeciente, y con una ciudad que refulgía, que literalmente refulgía bajo su ventana, y un azul, un azul nunca visto, sostiene doña Angustias, de una nitidez que casi hería los ojos, ella se puso a pensar en la muerte. ¿Por qué? Eso, a doña Angustias, le resulta imposible decirlo. Sería porque su padre había muerto un año antes, sería porque se encontraban en plena pandemia y tenían que ir con mascarilla por la calle, sería porque ella estaba enganchada al azúcar, sufría de enfermedad de Addison y taquicardias y no podía parar de mirar por Internet cualquier síntoma nuevo, pero el hecho es que doña Angustias se puso a pensar en la muerte, sostiene. Y, por casualidad, por pura casualidad, llegó a la conclusión de que había tenido una buena vida, pero no quería llegar sin dientes a su vejez, si es que sus glándulas suprarrenales, un cáncer o un infarto -del tipo que fuese- no la mataban antes. Quizás estaba influenciada por el libro que había acabado la semana anterior, El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, quizás era porque a veces se visualizaba flotando en el Universo y, en esos momentos, era plenamente consciente de que tendría que morir. Que daba igual cuántas cremas se echase en la cara, cómo de sano comiera, cuántas veces hiciera yoga o fuera a correr a la semana, si se quitaba las varices o se hacía un curetaje cada seis meses: iba a morir en cualquier momento, y eso a doña Angustias hacía que se le acelerara el corazón y todo le diera vueltas. Solo esperaba que los cuidados que estaba proporcionando a esa carcasa que contenía su alma fueran efectivos hasta el último día porque doña Angustias creía en el alma, teóricamente era católica, ya que estaba bautizada y había hecho la Primera Comunión, pero ella se consideraba atea o, por lo menos, no creyente en ninguna religión oficial, pensaba que quizás ella, doña Angustias, tenía una religión que era suya nada más, con sus creencias, su Universo y sus estrellas, el caso es que ella pensaba en la muerte, en cómo moriría y que, después de todo, había tenido una muy buena vida, que independientemente de cuándo ocurriese ella se sentía feliz por la vida que le había tocado vivir, sostiene.

La señora Ansiedades se levanta y se dirige a la cocina, abre la nevera, saca una tarta de Santiago que empezó ayer y se dispone a cortarse un trozo porque a ella, a doña Angustias, le encanta el dulce y la tarta de Santiago es uno de sus favoritos. Se sienta delante del ordenador mientras degusta el pastel pensando en cómo continuar su novela, quiere utilizar el sueño que tuvo anoche, influenciado por la película Tenet y, sin saber muy bien cómo, se le ocurre una idea brillante para seguir escribiendo, introduciendo aquel sueño extraño sobre viajes en el tiempo, sostiene.

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*Homenaje a Antonio Tabucchi y 
a su novela Sostiene Pereira, 
uno de mis libros favoritos. 
Si leéis el principio de la novela, 
veréis que he utilizado la misma 
estructura e, incluso, las mismas 
palabras en algunas ocasiones.
Y espero que, si lo hacéis, 
os enganche como a mí.
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