Es curioso que fuéramos precisamente a Sevilla -a finales de junio- a ver a Sol.

A Sol Aguirre, de Las Claves de Sol, tuvimos el placer de verla y escucharla durante una hora.

Pero el sol de Sevilla lo sufrimos durante todo el puñetero día y eso que, milagro entre los milagros, esa jornada habían bajado las temperaturas. La muerte nos acechaba en cada esquina. Cada paso era un esfuerzo bajo LA CALOR SEVILLANA.

Cuando llegamos se estaba bien, pudimos disfrutar de la maravillosa Plaza de España… Pero cuando dieron las 12 del mediodía… Tendría que haber salido corriendo, cual Cenicienta acalorada.

La ciudad es preciosa, estuvimos paseándola lo que nos permitió su Majestad Calorífica y, cuando aún quedaba una hora, desesperados por sentarnos en un sitio fresquito, abandonamos el Centro en el tranvía (bendito entre los benditos, con ese fresquito y esos asientos que por poco lloro), llegamos a San Bernardo -donde nos recibió una yonki en bicicleta pensando que éramos guiris- y nos dirigimos a La Casa del Libro, en Viapol.

19425090_315524832236922_4616991728967090176_n(1)Ni en la librería nos abandonó el Sol

La reunión de la firma del libro Algún día no es un día de la semana fue estupenda, hartón de reír de los buenos. Sol era tal y como la esperaba, ni más ni menos. Fabulosa toda ella. Y fabuloso mi hermano, el único macho ibérico de la reunión. Sol me preguntó «si era mi hombre», a lo que le contesté con un NO rotundo, aclarando nuestro parentesco. Sí, lo lancé sin compasión al ruedo, cual Ramsay Bolton a sus víctimas a perros famélicos, pero salió entero e ileso.

Tras la marcha de Sol, ya bastante cansados, nos dirigimos a la estación de tren, que estaba cerca (por fortuna para mis pinreles). Caímos desfallecidos en nuestro asiento del tren, deseando llegar a casa. El día había sido estupendo. Eso pensamos, poniéndole punto y final a la jornada.

Pero nooooo, nooooo. Un poco antes de llegar a Jerez de la Frontera el tren se paró y dio marcha atrás, volviéndose a parar. Anduvo otro poco, y se volvió a parar. Apareció el revisor, diciendo que había un problema en la vía y que estaríamos un «ratillo» parados. Para colmo, al lado teníamos a unas estudiantes bastante escandalosas -y graciosas, todo hay que decirlo-, que no callaban ni debajo de agua.

Yo estaba loca por silencio -¿por qué no me llevé los cascos, WHYYYYY?- y por llegar a casa. El «ratillo» fue una hora. ¡UNA PUTA HORA! Tendríamos que haber llegado a las 23,35, y llegamos a las 00,40. Aquí hay algún tipo de connivencia, o algo raro…

Para una vez que salgo al exterior, coge el tren y se estropea, o la vía, o la mierda que fuera que se jodió.

Pero bueno, la experiencia, quitando el coñazo final, fue estupenda, y la repetiría sin dudar. Y la repetiré, en el momento en que Sol vuelva a Sevilla.

Sólo espero que lo haga cuando ya haya pasado el verano, PLEASE.

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