Os voy a contar mi experiencia con el hipotiroidismo. Comenzaré diciendo que no, no soy médico. Pero no serlo no me convierte en estúpida. Sé leer, buscar información fiable y constrastarla.

El punto número dos lo dejaré para aclarar que tener un título colgado en la pared o enmoheciendo en el último cajón de una librería no te convierte en nada, ni te hace poseedor de la verdad absoluta. Ni siquiera en buena persona: eso, como el movimiento, se demuestra andando.

Queridas personas que me leéis, tengo Tiroiditis de Hashimoto, un nombre rimbombante y que suena al cuarteto del Morera del año que viene… Bueno, con suerte, del 2022. Un nombre raro y muy largo que, resumiendo mucho, viene a decir que la tiroides deja de funcionar, o no funciona con toda la diligencia que debiera: pongamos que lo ponemos a cámara lenta, hasta que se para. Como la vida misma a veces.

La glándula tiroides es necesaria para vivir; sin ella (o sin la medicación que la sustituye) no se da la vida.
Resumiendo mucho: se encarga de mandar la energía a cada célula de nuestro cuerpo. Sigo sin ser médico.

Cuando me lo diagnosticaron, allá por el año 2008, la endocrina no le concedió ninguna importancia: tan poca le dio que ni siquiera me mandó tratamiento. Yo, confiada como era, tampoco le di consideración. Sin embargo, continué yendo al médico de cabecera cada dos por tres por diferentes cosas hasta que, tres años después, la médica se dio cuenta que tenía diagnosticado el hipotiroidismo, pero no tomaba medicación. Me la recetó y fue subiéndome hasta que los niveles hormonales -solo según la TSH- parecieron normales.

Hasta hoy, supervisada por la médica de cabecera, me he seguido haciendo las analíticas (anuales) y tomándome diariamente la pastillita de marras (la cual tendré de por vida). Me he llevado muchos años muy cansada y bastante mal, pero lo achacaba al trabajo que desempeñaba. Hasta que este pasado verano volví a encontrarme igual de mal, pero sin trabajo estresante. Sospeché que podría ser mi tiroides y, como me tocaba la analítica, aproveché; sin embargo, el resultado estaba dentro de lo normal.

Comencé a buscar todas las analíticas de años anteriores y sí, efectivamente ahora estaba dentro del rango «normal», pero había dado un bajón respecto a las cifras anteriores. Y las cifras anteriores eran… ¡Un caos total!

Solo un par de años -desde 2011- parecía haber estado controlado.

Así que, después de ver esto y darme cuenta de todo el suplicio que había sufrido -y sufro- durante tanto tiempo, decidí no dejarlo más, ya que ahora sí podía parar para ver qué me pasaba realmente y, aunque no pudiera curarlo porque es crónico, estar lo mejor posible, dentro de la enfermedad.

Cogí todas las analíticas, apunté ordenadamente todas las cifras de TSH por meses-años y redacté una lista con todos los síntomas ya que, con la mala memoria que tengo algunos días, sabía que se me olvidarían y quería ser lo más concreta posible con el médico. Pecado mortal debió ser esto. O quizás decirle que no buscaba ni buscaría nunca quedarme embarazada cuando me preguntó. O no. Quién sabe.

El caso es que, nada más ver el endocrino (de pago) la lista de síntomas, me suelta con cierta ironía:

-«Estos son muchos síntomas, ¿no?». -«Son los que tengo», le contesté,
«y seguro que se me olvida alguno», rematé.

Después de dejarme caer que lo que yo quería era que me hiciera muchas analíticas para darme unas pastilla mágica que me curara (ni siquiera lo insinué, entre otras cosas porque sé que no existe); que la apatía y el cansancio no se podían medir (quisiera saber cómo cojones existen medicamentos para la depresión, por ejemplo); que era cierto que había sufrido un bajón en las cifras y que quizás debería bajar la dosis, pero que continuara tomando la misma; que seguro que algún síntoma sería del hipotiroidismo, pero que la mayoría se deberían al estrés (ni siquiera se dignó a preguntarme qué trabajo tenía o qué vida llevaba), aludió a que no me podía ayudar y santas pascuas.

Bueno, no. Antes de acabar remarcó efusivamente que mi tiroides no funcionaba, que daba igual lo que le echase, a mi pregunta de si debería de dejar de tomar gluten porque parece que afecta a muchas personas con Hashimoto.

Preguntarle si debería tomar algún probiótico para la molesta inflamación diaria del abdomen o seguir algún tipo de dieta; si quizás tenía algún déficit de algún nutriente como zinc, selenio, ferritina, glutamina; si sería necesario realizar pruebas de anticuerpos TPO y tiroglobulina, la T4 y la T3 libres, o si algún síntoma podría deberse a algún daño producido en las glándulas suprarrenales se me antojó no imposible, pero sí absurdo e inútil. No, no soy médico.

No. No soy médico. Si lo fuera no dudaría en mirar todo lo que sé para sufrir lo menos posible
con esta enfermedad que me hace creer y sentir como una floja apática.

No. No soy médico, pero me he informado sobre mi enfermedad y necesito a uno -de verdad- que me ayude, porque no quiero estar unos días subiéndome por las paredes y otros planteándome meterme a monja de clausura, mientras sufro muchas manifestaciones que, ¡casualmente, llamadme loca!, todas las provoca el hipotiroidismo y el mal ajuste del medicamento, además de la dieta, la carencias nutricionales y los daños a otros órganos que la misma enfermedad comporta. No, no voy a morir de esto, o sí, pero quiero estar bien. Lo mejor posible. Perdonen mi exigencia.

A esa «persona» a la que fui a ver con todas mis esperanzas de que se tratara de un médico, solo decirle que muchas gracias por hacerme llorar lo que quizás nunca he llorado, siendo consciente, por mi enfermedad. Y también decirle que ojalá toda su vida profesional tenga la misma suerte que tuvo el día que me tuvo en su consulta. Si me hubiera cogido unos años antes, sin yoga, meditación y con los niveles de estrés por las nubes, quizás no hubiera vuelto tranquilamente a su casa tras pasar consulta y negar la ayuda a una paciente.

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