La señora Ansiedades camina rápidamente. Tenga o no tenga prisa, ella devora las calles.
Casi siempre va pensando en sus cosas, sus dos mil ideas, obligaciones, imaginaciones, pensamientos del pasado o emociones futuribles, responsabilidades propias y ajenas. Viviendo, como vive, en una ciudad pequeña, no quiero imaginarme a doña Angustias en su Madrid Version, con todo el estrés, las prisas y la locura de una gran ciudad, galopando entre la gente con cara de pocos amigos, mientras sube al metro mascullando excentricidades malhabladas, ahora disimuladas por la omnipresente mascarilla.
Otras, las menos, la señora Ansiedades deja de trotar por las estrechas calles y se dedica a observar, pero sin ánimo de nada, simplemente ver cómo se comporta la gente de su alrededor y, entonces, afloja el paso. Si veis a doña Angustias caminar con más lentitud, ¡cuidado! Puede que estéis siendo escudriñados por ella.
Hoy le tocó, entre otras personas, a una mujer que culebrea delante suyo: su mirada se fija, horrorizada, en los protuberantes michelines de la señora, que podrían seccionarse, como los recortables a los que jugaba de pequeña. Los observa detenidamente, en toda su decadencia, debido a la ropa ajustada que viste. En ese momento, doña Angustias es consciente de que ama la belleza y, por ende, odia esa imagen adiposa que se le clava en la retina, porque no le parece para nada bonita. A doña Angustias le produce gran rechazo la gordura ostentosa, la vejez mal llevada y los olores nauseabundos, como el de la coliflor cocida. No quiere entrar en bucle, porque a veces se siente culpable de pensar así. Obviamente no va a acercarse a la señora -ni a nadie- para decirle que le quedaría mejor una blusa un poco más amplia, que disimulara la grasa acumulada en su espalda y cintura, pero no lo hará. El sincericidio no es lo suyo.
Al llegar a la plaza donde quiere comprar unas flores, su atención hacia los michelines es usurpada por dos palomas que, en vuelo kamikaze, planean sobre ella a punto de estamparse contra su frente. Ella -rápida como un Caza Eurofighter- las esquiva, mirando con cara de asco la cercanía de esas alas repugnantes, llenas de suciedad, bacterias y virus casi rozando su cabellera, limpia de esa mañana. «Seguro que me han pasado liendres, ahora tendré que volver a lavarme el pelo esta tarde», susurra mientras se rasca el molondro nerviosamente. Sí, intuís bien: a la señora Ansiedades no le gustan las palomas. Ya de pequeña miraba, con expresión horrorizada, cómo otros niños les daban avituallamiento en sus pequeñas manos a esas ratas voladoras, mientras ella devoraba exquisitamente su paquete de gusanitos a dos manos.
Tras la correspondiente mirada amenazante a las aves, sus ojos se posan en un local del otro lado de la plaza, que llevaba años cerrado y que parece va abrir sus puertas como restaurante de comida saludable. Se acerca rápidamente, escudriña el cartel, le hace una foto con el móvil, busca en redes sociales el nombre de la franquicia y se pregunta ávidamente cuándo abrirá sus puertas. Cada día pasa por delante y, si ve alguno de los portones abiertos, se asoma para intentar adivinar cuándo podrá deleitarse con su menú. Cree que será la solución -si no a todos- a algunos de sus males. Le gusta lo que ve en la web: una variable y apetecible muestra de ingredientes sanos, con los que cuidar su salud. Aunque después, o al día siguiente, engulla un croissant con nutella, una tostada francesa y unos poquitos de chicharrones. «En la variedad está el gusto», se justifica en la lucha con estar sana y su gula por el azúcar y los hidratos. Así es ella. Doña Angustias Ansiedades.
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Maravillosa historia la de esta mujer tan pizpireta. Me encanta el relato.
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Muchas gracias, Mariaje. Creo que habrá doña Angustias para rato, jeje😊
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