Doña Angustias está en casa, mirando por la ventana para ver qué se pone de ropa, cuando recibe un whatsapp de Lola Aliloi.
Tiene siempre la aplicación en silencio, pero a su madre y a Lola las tiene con sonido, por lo que pueda ocurrir. El audio de Lola es claro y conciso: quiere jaraneo. En plena pandemia. Así es la Aliloi.
La señora Ansiedades palidece ante el hecho de solo pensar en saltarse las normas y que la pillen, no es ella persona a la que le guste que le pongan la cara colorada. A nadie le gusta, pero a ella le importa. Y mucho. Angustias empieza a escribir, argumentándole a su compañera de fatigas que no es buen momento para hacer según qué cosas, que habrá que dejarlo para más adelante. Lola está en línea, esperándola. Acechando. Sabe perfectamente lo que le va a contestar y ya tiene la escopeta cargada. En cuanto recibe el mensaje que esperaba contesta:
—A ver, que yo no digo de quedarnos hasta las cuatro… ¡Si no hay sitios! Pero sí ir a cenar y tomar algo, ¿no? Con la mascarilla y la distancia de seguridad.
—Lola, que te conozco… —contesta Angus viéndola venir.
—Que tengo un montón de ganas de cachondeo, que no te digo que no, pero ahora mismo no puede ser… Y más vale que aprovechemos, antes de que nos encierren otra vez.
—Bueno venga, quedamos a las nueve. ¿Reservas tú y me dices el sitio?
A las 20.55 estaba doña Angustias preparada como un pavo para la Navidad 2020, monísima y divina, pero con el culo apretao porque no termina de fiarse de Lola. Se sienta en su mesa y quince minutos después aparece la Aliloi. Piden vino para cenar y, al terminar, se toman unos chupitos a cuenta de la casa.
—Me acaba de escribir mi amigo Godi, ¿te acuerdas de él? Que está aquí al lado. ¿Nos pasamos para tomarnos algo con él? —suelta Lola con cara de santurrona.
—Venga, vale, es temprano todavía, nos da tiempo —contesta inocentemente Angustias.
Ambas dos se dirigen al bar de marras y allí, entre pasodobles de Martín y Martínez Ares y cuartetas de Juan Carlos, descojone, cubatas, vinito y charla, se pasan las horas como si fueran segundos. Han formado un corrillo en el que las pamplinas son ya de ida y vuelta y doña Angustias llora de la risa. Ella, Godi, un amigo de este y su primo y Lola. En un momento de la noche, el camarero y dueño del local baja disimuladamente los decibelios y les pide que bajen un poco el cacareo. Lola mira a Angustias y ésta su reloj: son las 2,15 de la mañana.
—Me cago en la puta, ¡pero Lola! ¡¡Que son más de las dos de la mañana, que nos van a llevar al cuartelillo!!
—Anda ya, Angus, no seas exagerada, que no pasa nada. Esto está insonorizado y desde fuera no se ve la luz y ya ves tú, si estamos los mismos que estábamos a las doce de la noche, qué más da, no le hacemos daño a nadie, mujer.
Angustias, en plena conciencia de sus facultades mentales, hubiera cogido su bolso y se hubiera largado dando por zanjado aquello con un educado “buenas noches”. Pero el alcohol y las ganas de juerga le pueden y se deja convencer por el populista argumento de su amiga.
De pronto, se escuchan tres golpes secos en la puerta del local.
—¡¡Pum, pum, pum!! ¡Policía, abran, por favor! —lo del por favor era para dar coba, porque en el tono no se apreciaba ninguna intención diplomática.
—Ssschhhhhh, callarse, a ver si se van —susurra acojonado el dueño desde la barra, mientras apura el cigarro.
—La madre que te parió, Lola. Si ya sabía yo que me ibas a liar —murmura cabreada Angustias.
—Que no pasa nada, Angus. Además, que nos quiten lo bailao, ¿no? —musita Lola, pensando que como las pillen va a tener Angustias hasta 2023.
—¡¡Sabemos que están ahí dentro, por favor!! ¡¡Pum, pum, pum!! ¡O salen o abriremos diligencias, le va a salir más caro el collar que el perro!
Al dueño se lo ponen los ojos como a un pollo al que acaban de coger por el pescuezo, y se dirige a la puerta, dispuesto a abrir. Entra la policía y les echa una bronca monumental, con su correspondiente multa para cada uno contra la salud pública. La Ansiedades empieza a gimotear:
—Si es que yo no quería venir, si yo voy siempre con la mascarilla y…
—Pues póngasela, señora, haga el favor —dispara uno de los policías perdiendo la paciencia.
—Uy, no me he dado cuenta, perdón…
Doña Angustias se coloca la mascarilla, echando una mirada fulminante a Lola: No te queda ná… Te va a salí cara la salida.
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