Mis recuerdos de infancia y adolescencia carnavalera son hermosos. Los evoco como la mejor época vivida, porque se disfrutaba de los Carnavales de otra manera. Por eso hoy (hace años ya, en realidad) echo de menos aquel modo de estar.

Para este artículo, he querido contar con la opinión y experiencia de personas que participan de la Fiesta siendo algo más que una afición, como es mi caso. Quería saber cómo se ha vivido este último año saliendo en una agrupación, independientemente de si ésta pisaba las tablas del Falla o no.

Curiosamente, la opinión es unánime, aunque la respuesta individual a lo que se ha convertido el Carnaval difiere entre distintas personas.

Unas creen todavía en su pureza, cada vez más recóndita: hay que saber gestionar el ruido que sucede alrededor para no perderte la esencia que, aunque no lo parezca, sigue ahí, con su belleza impertérrita, como una cascada en mitad de la nada.

Otras no tienen cómo gestionar las faltas de respeto, a la gente muy borracha -a cualquier hora- de todas las edades (incluidas mujeres de más de sesenta años embriagadas, solas y vomitando por las esquinas: no es un juicio, sino un hecho); tener que decir, reiteradamente, que se vayan a charlar a otro lado porque están cantando; la pérdida de lo localista, porque hay mucha gente de fuera; las peleas entre las agrupaciones (de aquí y de otros lugares) por cantar, porque hay muchas, y los sitios limitados… Como remate, con esta pena y frustración, volver a casa llorando más de una noche.

Dos caras de una misma moneda.

Toda explosión cultural lleva implícita mierdas varias, y el Carnaval de Cádiz no iba a ser menos, sacando lo mejor y lo peor de nosotros y nuestra ciudad: el apalancamiento de ciertos personajes a la Fiesta ya que, al ser un escaparate, tienen que estar sí o sí para ser vistos; las miserias del ser humano: conspiraciones, deslealtades, la envidia, verdaderas traiciones, el peluseo, las cancelaciones de talento; las «vidas ocultas» que salen a relucir, mientras el resto del año permanecen escondidas. Por otro lado, el disfrute de generar la vida social que crea el Carnaval que, de otra manera, resulta más complicado crear. También hay quien se apunta a salsa, o sale de penitente, o cargando en una o varias cofradías con este mismo fin: socializar.

Yo soy una persona a la que le gusta poco la improvisación, lo reconozco. Creo firmemente que las cosas organizadas siempre van a salir mejor. Y cuanto mayor trascendencia tenga «la cosa», mejor estructurada debe estar. Y estoy convencida que estas situaciones que me cuentan, tendrían una solución total o parcial con una visión global por parte de la administración muy encajada, como un puzle: teniendo en cuenta a todas y cada una de las piezas.

Porque los Carnavales tienen ya tal importancia que, si queremos recuperar y conservar lo que son, el orden (para que el caos sea bonito, respetuoso y realmente libre) es primordial.

Por ello, los del año que viene se deberían de empezar a planificar tal y como han acabado los de este 2024. Así de importantes son nuestros Carnavales. Desconozco si se hace así, pero hasta ahora, si se ha hecho, no se nota.

Para empezar, ¿qué queremos publicitar? Porque no sé a quién se le ocurrió, y quién dio después el visto bueno, a unos coloridos y aparentemente divertidos carteles, dispuestos en las paradas de autobuses, que decían así: «Pero qué gusto me da que no huela a pipí en Carnaval», con la palabra pipí bien grande y hermosa, al lado de un pito de Carnaval y, debajo de esta palabra, un charco amarillo que, sin mucho esfuerzo, nuestra imaginación intuye de qué podría tratarse ese líquido en cuestión… ¿En serio esto es lo que queremos enseñar? ¿De verdad alguien cree que ese cartel no sólo no consigue su propósito, sino que está planteado para que suceda todo lo contrario?

Para este problema en concreto, creo que lo único que va a funcionar -visto lo visto- es tomar medidas para prohibir (no procurar, no intentar: prohibir) que la ciudad se convierta en un meadero público. Está claro que por muchos baños que se pongan seguirá ocurriendo, pero una cosa es que sea algo puntual y anecdótico, y otro es ir meándose sin contemplación por toda la ciudad como animales. Aquí vivimos gente, ¡un poco de civismo, por favor!

Si el remedio es multar, que se multe: una buena campaña para que todo Dios se entere y al que, aún sabiéndolo lo haga, y lo cojan, pa la buchaca: para limpiar la ciudad.

Es lo único que le duele a todo el mundo, venga de donde venga: su bolsillo.

También ayudaría la colocación óptima de los baños portátiles: si se contratan, y resulta que en San Antonio -por ejemplo- sólo se puede hacer uso de la mitad, porque pegan el armatoste a la pared de la iglesia, dejando inutilizados la mitad de los servicios que estamos pagando… Pues no sé… Lo mismo también hay que salir a buscar neuronas.

Volviendo a la publicidad, sería mucho más efectivo anunciar y potenciar lo que sí queremos y lo que sí consideramos nosotros, los dueños de la Fiesta, qué son nuestros Carnavales. Porque lo hemos vivido, o nos lo han contado, o lo recordamos difuso, guardado con cariño desde nuestra infancia en la memoria. Y, con todo eso, crear una campaña de marketing con diferentes mensajes, como por ejemplo estos (podría haber muchos más):

En Carnavales…
…si no llegas de la calle dejando un reguero de papelillos por el pasillo, no es Cádiz.
…si no amaneces con ronquera al día siguiente por cantar pasodobles dándolo todo, no es Cádiz.
…si nunca llegas a «destino» porque te vas parando con las ilegales, eso sí es Cádiz.
…si no es «chimpún, chimpún, chimpún», no es Cádiz.
…si no se escucha la caja y el bombo, no es Cádiz.
…si el tipo no es hecho o casero, no es Cádiz.
…si el bocadillo no es de chicharrones o tortilla de papas, no es Cádiz.
…sin dos coloretes, no es Cádiz.
…si no vas arreglá pero informá el domingo y lunes de coros, no es Cádiz.
…si tapas el vaso para que no se te cuelen los papelillos, eso sí es Cádiz.
…si no arrastras los pies porque las serpentinas y papelillos te llegan hasta los tobillos, no es Cádiz.
…ponerte a charlar mientras canta una ilegal y no echarte a un laíto donde no molestes o directamente irte, no es Cádiz.
…si no hay un «dioooooo» después de algún cuplé de bastinazo de una callejera, no es Cádiz.
…si todavía salen papelillos al barrer después de los Jartibles, eso sí es Cádiz.
…tomárselo todo al pie de la letra, no es Cádiz.
…los plumeros de colorines es Cádiz.
…ir de ofendidito no es Cádiz. Si lo eres, no vengas, porque te vas a mosquear tela.
…si no hay carga, no es Cádiz.
Y si no sabes quién es el Libi, ¡tú no eres de Cádi, blam, blam!

Añorando esos Carnavales pasados de grandes bastinazos, alguien me contó esto, rememorando un momento de su juventud: «Me acuerdo que había grandes boquetes. Yo llevaba un morazo de sueño… (que es mejor que el etílico, porque no deja resaca y te ríes con todo), y por Torre Tavira encontré… No sé… Yo abrí unas cortinas y allí estaban la Petróleo y la Salvaora, muertas de risa, con el Love y el Cabra, tomándose un pelotazo en unas latas de melocotón en almíbar. Y entonces, como si ya estuviera soñando, dije: yo quiero esto«.

Pues sí, pensé. Y yo también.

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