El armario está ordenado por colores con sumo mimo y cuidado, yendo de los tonos más claros a los más oscuros. Se nota que cada prenda que está ahí lo hace porque se conserva en buen estado o es nueva. En las baldas laterales se encuentran los zapatos, ordenados por género: playeras, tacón, deportivas y… ¡Un momento!
En la estantería de las deportivas hay algo que no debería estar ahí, siguiendo la lógica del resto: unas zapatillas, que en su origen fueron blancas; ahora su color es complicado de describir; los hilos de las costuras están abiertos y las punteras, además de desgastadas, tienen bastantes grietas y, a través de alguna de ellas, asomaría el dedo gordo del pie por poco que se hurgue.
¿Qué hay detrás de esos tenis?
¿Un recuerdo, un lugar, un momento?
¿Simplemente su dueña no quiere deshacerse de ellos porque son muy cómodos? No. En este caso se nota que hay algo emocional en ellos, no concuerda; y encima tan a la vista.
«Nuestra dueña nos coge del estante sin pensar, con las manos temblorosas. No es la primera vez que ocurre y siempre nos escoge a nosotros, no sabemos por qué. Será porque ya somos viejos y no quiere pensar demasiado: estamos a mano y somos fáciles de combinar. Nos ata los cordones y camina a paso ligero.
Pasamos horas en un lugar que ya hemos visitado otra veces, pero esta es diferente. Podemos notar perfectamente la tensión de su cuerpo a través de sus pies. Desde ese sitio va alguna vez a casa y se descalza, para volver a colocarnos de nuevo al rato y regresar.
Vamos a un espacio al que no hemos ido nunca: higienizado, frío, abúlico. Pasamos un día entero allí, con su noche. Al día siguiente conocimos otro lugar nuevo, igual al anterior, pero más pequeño y más lejos de casa. ¡Vaya ruta tan fea que estamos haciendo!, nos comentamos.
Cuando volvemos al hogar de nuestra estantería permanecimos meses allí. Veíamos como ella nos miraba de soslayo al pasar, de mala manera. Con el tiempo, los muchos meses, esa mirada se fue suavizando. Un día nos cogió de la balda, nos miró y nos devolvió a nuestro sitio, quedándonos chafados. ¡Queríamos ir a dar una vuelta!
Después de otros tantos meses, nos volvió a tomar del estante; la expresión de su rostro volvía a ser la de antes. Nos colocó en el suelo y nos calzó con inmenso cuidado, como si fuésemos nuevos. ¡Y nos llevó a la playa! La brisa marina, las gaviotas, el tacto de la arena en nuestra suela… Sí, somos viejitos, pero echábamos de menos caminar, que es para lo que fuimos creados.
Casi dos años y medio han pasado y hemos vuelto a la vida: llenos de arena, rajados y sucios. Pero nos hemos convertido en su calzado para ir a leer al mar. ¿Puede haber una mejor jubilación?».
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