El sábado fui al teatro, al Gran Teatro Falla, a ver la obra El viento es salvaje de Las Niñas de Cádiz.
Que una de ellas estudiara en mi instituto y formara parte del grupo de teatro no es algo que me sorprenda. Es increíble la cantidad de artistas que han salido de ahí, sobre todo relacionados con el Carnaval. No era educación privada, aunque por aquellos años se decía que era el instituto más pijo del Centro. Pamplinas.
Tampoco se daban materias especiales ni mucho menos (por tener, no teníamos ni un patio donde hacer la clase de gimnasia). Lo que sí había era una grupo de teatro llevado con un amor enorme por el profesor de Lengua y Literatura, mi amigo todavía a día de hoy.
El teatro abarca tantas disciplinas en sus entrañas que cada uno podía descubrir y desarrollar aquello que le encantaba: qué se le daba bien y que, por supuesto, nada tenía que ver con lo que se impartía en clases. Se hacía por AMOR AL ARTE, nunca mejor dicho: era fuera de horario y nadie recibía ningún ingreso pecunario por la actividad. Los ingresos emocionales, de aprendizaje, esos sí estaban garantizados a espuertas.
El profesor de música también estaba involucrado y claro, uniendo los talentos y el empuje adolescente con el saber hacer y la experiencia de esos docentes entregados a su vocación, todo estaba prácticamente hecho.
Era curioso que nos apuntáramos chicas y chicos a los que les daba una vergüenza enorme actuar. O cantar. O simplemente salir a escena. Sin embargo, ahí estaban: nadie los obligaba, iban porque SABÍAN que ese era su lugar.
Y los ves ahora, protagonizando una obra de éxito, cantando en primera fila llenando teatros, exponiéndose a pie de calle para hacer reir a carcajadas. ¿Puede haber algo más bello? Sí, sus caras de emoción cuando los aplausos irrumpen. Sí, el orgullo que me sale a borbotones por los poros porque sé -sabemos- el trabajo que lleva detrás, los años dedicados a su pasión. Y los que les quedan para disfrutar y hacernos disfrutar.
La cultura no es cualquier cosa. Es LA COSA que nos diferencia, que nos marca, que nos hace humanos. Sin cultura no hay riqueza vital. Está en los libros, en el teatro, en una película, una serie, un anuncio, un directo de Instagram. Está en todo eso que nos hace vibrar y que, de alguna manera, nos crea diferentes a lo que éramos. Si a eso le sumamos esta situación pandémica, todo lo que sentíamos antes del bicho se multiplica por cien, o por mil. La emoción, la risa, el llanto, la reflexión, la crítica constructiva nos hace mejores, evolucionar, crecer.
Te mueve, te zarandea, te cambia de lugar, a veces te tira o te deja apoltronado en el sitio, igualito que cuando salta el Levante. La cultura nos muestra nuestras limitaciones, nos enseña que la mediocridad es una de las condiciones más tristes y asquerosas del ser humano, porque no solo no creces tú, sino que pones trabas al de al lado para que tampoco lo haga. Y eso solo se cura queriendo. Además para querer hay que saber. Y para saber tenemos que aprender, ergo para aprender tiene que haber alguien o algo que nos enseñe el camino.
Abrirse y que la cultura nos empape porque quieres alcanzar la mejor versión de ti que puedas llegar a ser. Porque el mundo lo merece. Y cada uno de nosotros también.
Y no perderos a Las Niñas porque reiréis, porque es Cádiz puro, porque es Lorca, teatro clásico, San Juan de la Cruz y romancero. Porque es TEATRO. No perdéroslas porque su viento es salvaje.
Dedicado a Javier y a Enrique. Y a todos los artistas de Cádiz. Y a todos los artistas del mundo. Gracias.
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