Hoy no voy a andarme con rodeos. Ser padre o madre no es un derecho. Ni siquiera una necesidad. Es un deseo. Y no, no es lo mismo. Para aclarar estas definiciones, san Google.
El abuso de poder y la esclavitud van de la mano de la disposición absoluta de una persona en manos de otra o de una entidad. No de parte de su tiempo, no de lo que ésta pueda producir, sino de la persona misma. Por eso, por ejemplo, se le llama popularmente esclavitud a realizar un trabajo de muchas horas por una remuneración económica que no es proporcional: hay alguien o algo que, en última instancia, está disponiendo de la vida de otra persona por un precio ridículo; hay algo que chirría ahí. Está penalizado socialmente. Obviamente, la persona que se considera explotada siempre puede renunciar a ésto (si es que es consciente de ello), pero en muchos de estos casos sus circunstancias hacen prácticamente inviable abandonar dicha situación y, de esa dificultad, se aprovecha el que explota para hacerlo.
Igualmente, aunque la cuantía que se perciba sea elevada, pero de igual modo alguien -al final detrás de una entidad siempre hay personas- puede disponer de otra persona, de la manera que sea, es igualmente abuso de poder o esclavitud. Hay países o estados donde estas prácticas son legales, o hay un vacío legal, pero eso no significa que ética y moralmente no sea reprobable y, por lo tanto, indeseable. Ciñéndonos a la legalidad, los campos de concentración nazi eran legales en la Alemania de los años treinta del siglo pasado. El que sepa, que lea.
En estos casos, una persona puede ser usada como producto o mercancía, que nada tiene que ver con el producto o mercancía que dicha persona pueda generar o producir, después de recibir un aporte económico acordado previamente por ambas partes. Siempre por esa mercancía, sea concreta o abstracta, nunca por la persona en sí.
Otra cosa sería que alguien, de manera totalmente voluntaria, por solidaridad o simplemente querer ayudar, se prestase para ciertas prácticas que, de otra manera, serían vistas como la situación anteriormente descrita. Obviamente, cada uno es libre de hacer con su cuerpo y su persona lo que quiera, siempre que ello no implique un perjuicio para ninguna de las partes, ni incluso para unas terceras. Si alguien, sin percibir ningún tipo de beneficio económico, decide prestar su cuerpo a la ciencia, por convicción personal o cualquier otra razón, es totalmente moral y ético. ¿Por qué en el momento que aparece el dinero esto se diluye? Porque el libre mercado es progreso, hasta que perdemos de vista que somos humanos, no cosas, y la empatía sale por la ventana. Porque con la premisa económica aparece el aprovechamiento de unas carencias para disponer de la voluntad de otra persona, realizando por tanto un uso mercantilista de la persona per se, no de su tiempo ni del posible producto que dicha persona pudiera producir, sino de la persona misma. Aquí radica la diferencia entre ejercer un trabajo cualquiera, mejor o peor remunerado, con la compra y venta de seres humanos, ya sea por un momento y/o uso determinado. Sí, uso, como si fuera un cleenex. No se compra ni se vende lo que produce, sino la propia persona.
Y repito, esto es legal en muchos países. ¿Pero está bien? ¿Es moral y éticamente aceptable? ¿Y qué actividades que algunas personas se empeñan en llamar trabajo se corresponden con esta descripción? Pues sí: la gestación subrogada y la prostitución. Con el agravante de que la primera lleva implícita la vida de un menor que ni elige, ni decide, ni nada de nada; por no hablar de traer al mundo a otra persona más a un planeta hiperpoblado. Existe la adopción. Y si no se entra en los parámetros para cumplir este deseo -que no derecho, ni necesidad-, digo como en la canción: «Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yooooo». Ajo y agua, vamos.
Muchos se rasgan las vestiduras, rajando del empresario de turno de aires caciquiles, que dispone del tiempo de sus empleados por unas cifras irrisorias, porque está aprovechándose del mercado y de las posibles desventajas -económicas, circunstanciales, intelectuales, etc.- para sacar provecho: porque dispone de sus vidas, prácticamente. ¡Explotadores! ¡Esclavistas! Sale por las bocas. Pero para estos dos temas –prostitución y gestación subrogada-, casualmente ya hay más que debatir, ñiñiñiñi, porque claro, «si ELLA quiere…» Pues igual que quiere el trabajador explotado, lo quiere igual, de la misma manera.
En el caso de la prostitución, la abolición de la misma la entiendo y me gustaría como la penalización de la demanda. No se penalizaría el ejercicio de la prostitución -a la prostituta-, sino la demanda de la misma: al putero, burdeles y proxenetas, poniéndoselo mucho más difícil a la trata de personas y a las mafias.
No tengo nada en contra de Ricky Martin, ni de Miguel Bosé, ni de Javier Cámara. Estoy segura de que adoran a sus vástagos. Tampoco tengo nada personal contra Ana Obregón; de hecho empaticé mucho con ella cuando murió su hijo. Pero el duelo no se pasa sustituyendo. Un hijo no es un clavo que saca a otro clavo. Desear ser padre o madre por encima de todo, del propio ser que viene al mundo, usando a otra persona como producto para satisfacer ese deseo, pagando por ello, como el que compra un Ferrari o un Twingo, se me antoja feo. En el caso de la Obregón, que no le dé además importancia -porque si no, no lo hubiera hecho, digo yo- a que cuando esa niña tenga 15 años, ella, su única progenitora, tendrá 83 -siendo optimistas- me parece una falta de empatía atroz.
Y es que al final, todo esto se resume en eso. Que el libre mercado está muy bien, pero acompañado de empatía estaría muchísimo mejor. Empatía 0.
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