Mucho se está hablando de Tamara Falcó, conocida desde la cuna por ser hija de Isabel Preysler. No voy a entrar yo aquí es los dimes y diretes: de momento no voy a virar hacia la prensa del corazón, ni ganas. Pero sí voy a hablar de la responsabilidad afectiva, del amor romántico y explicar el porqué del titular de este artículo.


Para empezar no voy a dar mi opinión sobre si él es un golfo o no, no lo conozco, aunque sí diré que nunca me gustó.

Aunque no conozcamos a las personas directamente, siempre nos crean una impresión, por mucho que se esté detrás de una pantalla: él no me despertó nunca buenas vibraciones y, a pesar de que mi opinión es totalmente irrelevante, creo que es de justicia expresarla por si no pudiera ser objetiva. Dicho esto, como decía, si él hace una cosa u otra, da igual. Si mantiene varias relaciones a la vez o no, eso lo le interesa a nadie, salvo a las personas implicadas en dichas relaciones.

Tamara, por lo que ella misma ha declarado en multitud de ocasiones, es una persona tradicional, con unos valores muy concretos, que podemos compartir o no, eso no importa.

Es honesta y, teniendo siempre una cámara detrás de ella, se ve que la coherencia prima en su vida y sus acciones. Y aquí entra la responsabilidad afectiva, o más bien la ausencia de ella: el que hasta ahora había sido su pareja conocía estos valores, primordiales para Tamara para mantener una relación y, en lugar de explicarle cuáles eran los suyos y hacerle ver que sus modos de vida eran incompatibles, no solo no lo dijo, sino que lo ocultó deliberadamente. Eso en mi pueblo no se llama amar, sino mentir, y con mala fe.

Ella, por otro lado, parece ser que lo idealizó, poniendo en él todas las características del príncipe azul, en gran parte porque él así se lo hizo ver. Sin embargo, a pesar de que intuyo hubo momentos en los que le deberían de haber saltado las alarmas y salir de ahí como alma que lleva el diablo, no solo no lo hizo, sino que se quedó, supongo que debido a la máxima de «el amor todo lo puede»: ahora él cambiaría por ella. Ella solo podía ver en él lo que anhelaba ver: su futuro marido y padre de sus hijos, si los hubiera, y con el agravante del reloj biológico, que siempre apremia a las mujeres que desean ser madres. Esta es la meta del amor romántico, cuando debería ser la salida porque… ¿Qué ocurre después?

El amor romántico no es amor, porque no está construído sobre una base sana y real, donde las personas que conforman la relación son conscientes de las virtudes y defectos del otro, además de poner sobre la mesa sinceramente lo que se espera de la otra persona y lo que una está dispuesta a dar: establecer unos límites sanos para ambos. No se puede amar de verdad sin conocer los defectos del otro, ya sea porque todavía es pronto en la relación, porque se ocultan o porque la idealización es tan deslumbrante que no te deja verlos: de nuevo, ciega de amor.

Quiero ser Tamara Falcó, así titulo el artículo y, lejos de lo que pudiera parecer, no hago esta afimación por su status, su dinero o su clase que -por otro lado- tampoco me importaría tener, sinceramente, pero que no envidio, a pesar de que sea el deporte nacional de este país. No lo titulo así por eso. Tampoco obviamente por el calvario personal y mediático por el que está pasando esta mujer. Si ya es bastante escarnio saberte engañada por la persona con la que compartes tu proyecto vital, ni me imagino cómo debe ser que encima se convierta en rapiña a nivel nacional.

El motivo por el que «quiero ser Tamara» es porque muchísima gente, la conozca personalmente o no (me incluyo en estas últimas), lo primero que dicen o pensamos de ella es que es una buena persona.

Siendo ella quién es, lejos de despertar un rechazo motivado por la envidia, lo primero que trasmite es ternura y eso: que es buena persona. La mayoría de la gente tiene que morirse para que tantas digan eso de otra. Y esto es muy bonito; de hecho creo que es de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida.

Así que, mirándolo bien, Tamara no solo se ha librado de una más que posible desgraciada vida conyugal con alguien que no comparte su modo de ver y vivir la vida, sino que está comprobando lo querida que es por su familia, amigos y por una gran parte de su nación. Está soltera, pero para nada está sola. Otra creencia del amor romántico, que nos hace pensar que somos seres incompletos si no estamos en una relación amorosa, como si esta fuera una obligación, en lugar de una opción de vida. Como si elegir bien no fuera importante, solo aguantar para encajar en este cliché. Y es que Tamara y cada un@ de nosotr@s somos naranjas completas, dispuestas a sumar y a que nos sumen, pero nunca a que nos expriman. Amén.

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