La vida se acaba. Cuando el taliban se acerca solo lo yermo se abre paso. El horror extremista hasta sus últimas consecuencias.

La esterilidad sería una solución a esta barbarie aunque -sinceramente- preferiría un buen bombardeo. O varios. Es más rápido. Quizás es lo que EEUU busca. Como siempre, aparecer con su bandera estrellada como los salvadores del mundo. No se entiende que hayan abandonado Afganistán y dejen entrar a los talibanes casi poniéndoles una alfombra roja. A no ser que sea, quizás, porque este país -pobre pero sin deudas- estaba negociando la explotación y venta de sus materias primas (necesarias para la fabricación de tecnología) con China. Quizá, llamadme loca (¡loca!), EEUU vuelve a la antigua y socorrida táctica del Maine: provoco el desastre para que el mundo reclame mi aparición justiciera y, entonces, hago y deshago como me da la gana.

No hubo ningún tipo de contemplación cuando nos vendieron que en Irak había armas de destrucción masiva. ¿Por qué tenerla ahora? Quizás porque solo son mujeres que van a permanecer enterradas en vida, como ya sucede en Irán. En realidad en todo el mundo islámico la libertad de la mujer brilla por su ausencia, aunque en algunos lugares «resplandezca» más que en otros. Como ya ha ocurrido durante siglos a lo largo y ancho del planeta. Nada nuevo sobre la faz de la Tierra. Porque las materias primas y fastidiar a país del sol naciente es más importante que los burkas, las violaciones y la injusticia.

¿Qué más da? «Habrá que negociar», dicen, «poner en marcha la diplomacia», razonan: hablar con paredes barbudas que no atienden a razones, porque su mente obtusa es incapaz de ver más allá de sus privilegios autootorgados y sus dos pares de cojones colganderos, si los hubiera.

Mientras, me imagino a miles de mujeres y niñas planteándose seriamente acabar con todo, antes que subsistir así. Huir y vivir o luchar para intentarlo, porque solo son mercancía en manos de unos (talibanes) u otros (americanos). Y si ninguna de las dos opciones es posible, que el cuerpo se lo coman los gusanos y dejar que el alma vuele libre, antes que dejarla encerrada bajo sus miradas lascivas y los ojos vigilantes, a lo Handmaid’s Tale.

El asco y la impotencia me recorren la espina dorsal. Pero sí, lo tengo claro. Mi cuerpo no serviría para engendrar otro puto demonio asqueroso o una esclava más a la que arrebatar su humanidad nada más nacer. Si es lo único que pudiera decidir, que así sea. A nadie le importa.

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