Doña Angustias está hasta el coño y más allá. Hoy le tocaba entrenar en la zona Unga-Unga del gimnasio. Sí, esa que intenta evitar porque pocas veces se ha sentido cómoda en ella. Los hombres que suele haber allí -no todos y no siempre- le hacen saber y sentir de una u otra manera que ese «no es su lugar». No, no está loca, ni se lo está inventando. No le va a venir la regla. Es así, tal cual. Machos alfa defendiendo «su» territorio: el machismo del siglo XXI, el trogloditismo de nuestra era.
Justo donde empieza la llamada zona Unga-Unga están situadas, una al lado de la otra, las dos máquinas que la Ansiedades necesita para realizar su rutina: entre ellas hay un metro y medio de distancia y están colocadas en el centro del espacio. Alrededor de ellas hay bastantes metros para pasar, muchos. Su gimnasio es enorme y este espacio testosteronaico ocupa media planta. Llega al área que separa ambas máquinas que necesita utilizar, mira a ambos lados y ve que ninguna está ocupada, así que coloca ahí una pequeña esterilla. Parece obvio que va a utilizar ambas máquinas, encajada ahí, pero no. O sí, pero a la fauna que allí se encuentra les suda el nardo.
Es lo que tiene el machismo del siglo XXI.
Tampoco le parece a la Angus que la capacidad comprensiva
sea el fuerte de esta especie, confía que en extinción.
Solo colocar la toalla en la esterilla, previamente desinfectada por ella misma, llega el primer macho alfa de la manada que se encuentra allí esta mañana. Y coloca, sin preguntar, la toalla en una de las máquinas que doña Angustias se dispone a usar dentro de su metro cuadrado, en el que espera no molestar ni ser molestada. Lleva los cascos, pero el susodicho empieza a decir algo refiriéndose a ella y a la esterilla, se ve que es la Angus la que le está incordiando a él. Él pisa su toalla. Ella no da crédito: insegura y sorprendida, no dice nada.
La Ansiedades opta por no quitarse los cascos e ignorar los aspavientos que el ofendido manda al techo -ya que en ningún momento se dirige a ella personalmente- y decide alterar el orden de los ejercicios, cosa que le pone los chakras todavía más de punta. Aún así debe esperar porque el señor musculitos, en cada descanso entre series, se pone a charlar con uno y con otro bastante rato más del convenido cuando se está entrenando. Finalmente, harta de esperar, le pregunta si va a usar la máquina y, con desprecio, le contesta que le queda una serie.
Cuando por fin acaba la primera vuelta del circuito, viene otro ser, este en principio parece más educado y le pregunta si está usando la otra máquina. Le da apuro a doña Angustias, porque en ese justo momento no está en ella, ni tiene puesto nada que diga que está ocupada, así que le dice que en ese instante no la está usando. Finalmente, también tiene ella que esperar a que él termine y, cuando lo hace, coge su toalla y se va, tan ancho. La obligatoriedad de limpiar las máquinas después del uso por higiene y normativa Covid se la pasa por salva sea la parte. A todo esto, la Angus no sabe cómo, pero la esterilla molesta ponga donde la ponga. En ese estrecho espacio. Con cinco o seis personas en toda esa parte enorme del gimnasio. Angus no entender.
En el trascurso del circuito decide hacer
de un tirón los ejercicios de las dos máquinas, visto lo visto.
Así que cuando míster Proper se va, limpia ella la máquina y se dispone a hacer seguidas, con descanso de 15 segundos, las tres series que le quedan de esta. Hace la primera, pone el pie en el suelo y, -¡oh, sorpresa!, se acerca otro preguntándole si puede usar la máquina de la que se acaba de bajar y que todavía tiene su toalla porque no, obviamente no ha acabado. Seria, pero correcta -no entiende por qué tendría que ser simpática- y asfixiada por el esfuerzo le dice que no, que la está usando ella. Se ve que no la veía, o más bien que no quería verla.
Acaba, bastante enfadada, quita la toalla y la limpia para que pueda ser usada. Finaliza la rutina de ejercicios que le quedaban en la esterilla y se va, dejando a este último macho alfa merodeando por allí, haciendo otros ejercicios, pero sin acercarse a la máquina que minutos antes le había solicitado usar. Su rutina son cuatro series de cinco ejercicios, unos cuarenta y cinco minutos. No penséis que doña Angustias vive en el gimnasio, ni ganas. Y menos aún si es para estar rodeada del machismo del siglo XXI.
La Ansiedades no odia a los hombres, de hecho mantiene una relación
de más de veinte años con uno, pero a este especimen en concreto
les metería un palo por el culo, a lo espeto malagueño.
Y es que los machos no son hombres.
Salió -como podéis leer- muy enfadada de allí y, por unos segundos, pensó en cómo realizar ese circuito sin esas máquinas. Pero enseguida se dio cuenta del patrón: evita, no ocupes tu espacio, un espacio que paga mensualmente, igual que todas las personas que acuden al gimnasio, sean imbéciles machirulos o no. Así que va a defender su sitio y, la semana que viene, volverá. Esta vez con la escopeta metafórica cargada, ya que la literal no está permitida subirla a sala. Doña Angustias no está loca, lo que está es hasta el coño. Pobres machos alfa. Deseadles suerte.
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