Estoy aprendiendo a no forzar. ¿Será esto fluir? No lo sé. Sólo me doy cuenta de que he vivido siempre como una pieza que no encaja, forzándome.
Maquillar mis ojos para que parezcan de una manera que no son, en lugar de potenciar mi mirada, si es que me apetece colorearla. Mantener una amistad que ya no, porque hace ya mucho tiempo que parece que me está haciendo un favor, y no quiero yo costarle esfuerzos de este calibre a nadie.
Callar lo que me angustia, tragar lo que me molesta. Ahogar mi ansiedad para no incomodar. Calladita estoy más guapa. Disimular, hacer como que no me entero, que no me doy cuenta. Porque si lo hago, algo tendré que hacer al respecto. Tendré que dejar de estar callada, claro. Y decirle a alguien a quien quiero que hay ciertas conductas que no me hacen bien, puede provocar que se vaya de mi lado, me repite incansable mi miedo. Abandonada, sentencia. No vaya a ser que se den cuenta de lo necesitada que estoy, pienso. De lo sola que me he sentido rodeada de gente.
Encajar en un mundo que me escupía, porque lo que yo era estaba mal. A veces tengo la sensación de que nadie me conoce de verdad porque nunca lo he permitido, no fuera que salieran corriendo.
Cómo no voy a querer tener hijos, eso es como tener un jardín sin flores, ya cambiaré de idea, soy una egoísta. Que me case. Que tenga un trabajo de verdad, que me saque una plaza de funcionaria. Que no dé tanto mi opinión. Que no sea tan pasional a la hora de hacerlo, porque parezco inmadura. Que, a pesar de parecerte una adolescente hormonada, me sigues queriendo. ¿A pesar de qué? ¿De ser lo que soy? O sea, que no me quieres por lo que soy, sino a pesar de serlo. Qué curioso.
A mis 43 palos he descubierto cómo maquillar mis ojos para que se vean más bonitos de lo que son, pero sin trucos que necesiten un tiempo que prefiero invertir en escribir esto. Me he dado cuenta de que callada no estoy más guapa: simplemente desaparezco y mi ansiedad se hace gigante, hasta devorarme. No disimulo, no soy tonta, ni tengo porqué parecerlo. Perder el miedo a hablar, a decir, porque estoy aprendiendo que eso no hará que, si te quieras quedar, te vayas.
Nunca he querido tener hijos, y no, no odio a los niños. No soy egoísta por ello. No tengo jardín y, si quiero unas flores, voy a la plaza del mismo nombre a comprar un ramo que decore la estancia donde escribo. No tengo la necesidad de casarme para afianzar o aclararle al mundo que mi relación va en serio. Camino de veinticinco años me la sopla lo que piense cualquier persona que esté fuera de nosotros dos.
He hecho trabajos de esos que llamáis de verdad. También he opositado. Y ahora, haciendo lo que hago, es la única vez en mi vida que me he sentido totalmente realizada. Y ya no es la novedad; ha pasado el tiempo suficiente para saber que este es mi lugar y que, mientras siga escribiendo y continúe intentándolo jamás habré fracasado. Eso ocurrirá cuando me rinda.
Doy mi opinión porque la tengo. Lo hago de forma apasionada, intensa, porque ese es mi carácter. No soy inmadura, lo que no te gusta es que te rebata, acostumbrado a que antes callaba. No me quieras a pesar de lo que soy. Prefiero que no lo hagas. Así, por lo menos, no me querrás por lo que soy y entonces, al menos, me estarás dando el visto bueno a que exista.
Porque sí, existo y, al menos mientras esté por aquí, ya nada ni nadie va a evitar que eso ocurra.
Puedes ayudarme a cumplir mi sueño de publicar mi segunda novela realizando una microdonación en https://paypal.me/ioescritora?locale.x=es_ES o realizando una suscripción mensual de 2€ o 5€ en https://patreon.com/ioescritora De ambas maneras estarás contribuyendo. Gracias infinitas. Puedes comprar mi primera novela, Cuando todo se volvió acuarela aquí: http://www.ioescritora.com/cuando-todo-volvio-acuarela/ Y en versión digital en el siguiente enlace: https://n9.cl/tx2qn También disponible en librerías. |
Deja una respuesta