El luto, el duelo. Cuando las mujeres -de negro- debían “guardar el luto” durante años, cuando no toda la vida.

Los hombres con que se pusieran una corbatita negra el día del entierro… Suficiente.

Como si ir vestida de un color hiciera que se te fuera antes la pena o demostraras así que la tristeza te embarga. No era más que otra manera de controlar a las mujeres, de saber tu estado y tu disponibilidad, independientemente de tus deseos.

Como el señora y el señorita: en una sola palabra se decía si estabas casada o soltera, es decir, disponible. Independientemente de tus deseos.

Y, hasta día de hoy, muchas mujeres se toman como un insulto el que la llamen señora, haciéndolas –según ellas- parecer más mayores.

Los hombres dejan de ser señoritos pasados una edad, independientemente de su estado civil. Las mujeres nos podemos morir siendo señoritas si nos da por no casarnos.

En el hombre es sinónimo de independencia, madurez. En la mujer es el cambio de propiedad del padre al marido: dependencia y minoría de edad por siempre jamás.

El luto, los títulos de tratamiento no son más que una forma de pornografía no autorizada de las mujeres, como otras tantas.

En mi mundo mando yo. Y en mi pena también. Y ambos, mi pena y mi mundo, se los enseño a quién yo putoquiera. No voy a hacer de mí una obscenidad para que todos la vean y la juzguen. No me da la gana.

Ninguna mujer debe ir dando explicaciones de lo que acontece en su vida por el simple hecho de serlo. Porque éstas, en concreto, son explicaciones mudas, en las que no hace falta una conversación para quizás adivinar o intuir.

No.

Se muestra al exterior nuestro mundo interior, queramos o no. Nos apetezca o no.

Porque si quieren dirigirse a ti, para hacerlo «educadamente», te preguntan cómo hacerlo y ahí, a la primera, tienes que dar la información. Sí, ahora damos el nombre y santas pascuas. O directamente lanzamos un SEÑORA como la copa de un pino (es lo que yo hago).

Porque si te encuentras a alguien por la calle y no te apetece contarle que alguien querido ha fallecido, no se lo cuentas y punto. Pero el luto te marca y te obliga. Si se sale a la calle. Recordemos si no la famosa obra de Lorca La casa de Bernarda Alba, donde la madre al quedar viuda obliga a sus cinco hijas a quedar encerradas en la casa. La decencia y sus correspondientes mujeres de negro.

Nada más cercano a la realidad. Y tampoco hace tanto. Hace muy poco.

Por suerte, ahora podemos escoger.

Aquí.

De momento (cuidémonos las espaldas).

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